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  • Librería San Bartolomé

¿Por qué confesarme con un sacerdote quien es también un pecador?


Es bien sabido, que la Iglesia, nos invita a confesarnos POR LO MENOS UNA VEZ AL AÑO, y si se hace durante la Cuaresma, es mejor. ¿Para qué? ¿Por qué? ¿Por qué debemos hacerlo con un sacerdote, que además, es pecador? ¿Por qué no hacerlo directamente ante Dios?


El tiempo de Cuaresma, es un tiempo de preparación, de penitencia, de conversión para gozar la Pascua (el paso de la muerte, a la vida eterna con la Resurrección de Jesús, venciendo a la muerte que nos llegó por el pecado o la desobediencia a Dios). Y hay que hacer hincapié en ésto: la muerte nos llegó por el pecado, por la desobediencia a Dios. Por lo tanto, aquí se centraliza el sentido de la confesión: en el aborrecimiento al pecado, puesto que por él, obtuvimos la muerte y el alejamiento de Dios.


Y para acercarnos nuevamente a Él, Jesús dentro de su misión salvífica, instituyó la Iglesia Cristiana y dentro de sus cimientos, los sacramentos (regalos que nos infunden gracia santificante, es decir, que nos invitan a la vida en santidad, alejada del pecado o más bien, que nos fortalecen para aborrecer el pecado, y nos acercan más a Dios). Y haciendo un recuento de los sacramentos, recordemos que son siete, divididos en tres grupos importantes:


Primer grupo: De iniciación. 1. Bautizo. 2. Confirmación. 3. Eucaristía.


Segundo grupo: De sanación. 1. Confesión / Reconciliación / Penitencia (tiene distintos nombres, de acuerdo a su efecto en la persona). 2. Unción de enfermos.


Tercer grupo: De servicio o misión de fieles: 1. Matrimonio. 2. Unción u orden sacerdotal.


Y nuevamente, al recibir los sacramentos, SIEMPRE, cada vez que se reciben, se obtiene GRACIA SANTIFICANTE. Siempre. Como ya muchos saben, hay sacramentos, que se pueden recibir solamente una vez (Bautismo, Confirmación, Matrimonio o Unción sacerdotal), pero tenemos la fortuna de que si por nuestra condición humana, reincidente al pecado, podemos nuevamente fortalecer esa santidad, acercándonos a la comunión (o estar en común unión con Dios, junto a Él, siendo agradables a Él), pero para poder recibir la comunión, es necesario, estar libres de la mancha del pecado, y esta "limpieza" de alma, se obtiene por medio de la confesión.


Haciendo una analogía muy vaga y burda, podríamos decir que no debemos acercarnos a comer, sin antes habernos lavado las manos. Sabemos que ésto es por higiene, para no enfermarnos del estómago y poder asimilar de la mejor manera, los nutrientes de los alimentos que vamos a recibir. Porque si bien, la comida es alimento para el cuerpo; la sagrada eucaristía, es alimento para el alma ¿por qué? porque así como la comida nos aporta nutrientes, la eucaristía, nos infunde entre otras cosas, los dones del Espíritu Santo (sabiduría, inteligencia, consejo, fortaleza, ciencia, piedad y temor de Dios).


Ahora bien, también no hay que desestimar el valor terapéutico de la confesión. Y para experimentar esta cualidad sanadora, es necesario encontrar a un confesor, con quien nos sintamos a gusto, en confianza, tranquilos; quien sepa escuchar bien, pero orientar mejor. Quien tenga la paciencia para entablar un diálogo que a mí me genere una verdadera introspección y por consiguiente, me ayude a renunciar al pecado que me aqueja, que me acecha. Este método de confesión auricular, es consecuencia de las escuelas filosóficas helénicas, en donde los alumnos, buscaban encontrar la excelencia, valores y virtudes, por medio del diálogo con el maestro, que mediante la escucha de las angustias de sus alumnos, los orientaban y ayudaban a que ellos mismos, encontraran la forma de crecer. Ésto, desarrolló en la Iglesia cristiana, lo que hoy conocemos como EXAMEN DE CONCIENCIA.


Hay personas que insisten en no confesarse con un sacerdote quien es igual de pecador que los feligreses. Que ellos prefieren confesarse con Dios. En este caso, si así funcionara el sacramento, ni siquiera existiría la confesión como tal. ¿Por qué? Porque Dios, al ser omnisapiente (que lo sabe todo), sabría de antemano que vamos a pecar, de qué forma, cuándo, cómo, cuántas veces, por qué, etc.. ¿Entonces qué sentido tendría entonces, confesar nuestros pecados? La confesión, tiene como finalidad, hacer una introspección, una rectificación, un redireccionamiento constante, asumiendo nuestra naturaleza pecadora, para seguir a Dios, buscar amarlo siempre, y como dice el Padre Ignacio Larrañaga: buscar nuevamente que Dios nos muestre Su rostro.


Por medio del examen de conciencia (BIEN HECHO), basándonos en los mandamientos, analizando objetiva y no subjetivamente ¿qué es pecado y qué no?, (puesto que ya hemos perdido el sentido del pecado), podemos hacer una excelente confesión. Como seguidores de Católicos Cristo, debemos hacer un esfuerzo por reconocer el pecado en nuestras acciones cotidianas, palabras y omisiones.


Y ahora, lo que más trabajo ha costado entender: ¿por qué debemos confesarnos con un sacerdote? ¿Por qué recurrir a alguien que es pecador, que falla igual que yo o más que yo? En la Biblia, está muy claro en el libro de Hebreos, capítulo 5:


<<Porque todo sumo sacerdote, es tomado de entre los hombres, y está constituido en favor de los hombres en lo que se refiere a Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Es capaz de comprender a los ignorantes y extraviados, porque está también él, envuelto en flaqueza. Y a causa de la misma, debe ofrecer por sus propios pecados, lo mismo que por los del pueblo. Y nadie se arroga tal dignidad, si no es llamado por Dios, lo mismo que Aarón.>>


Es decir, que Dios, no nos mandó a los ángeles para que nos confesaran, ni estableció un lugar específico para que nosotros pudiéramos ir a confesarle directamente nuestros pecados. No nos indicó que podríamos escribirle una carta y quemarla para que el humo le llevara el resumen de nuestras faltas. Él, indicó en el libro de Santiago, capítulo 5, versículo 16 <<Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros para que seáis curados>>, indicó que un hombre que es pecador como yo, que entiende la natural tendencia del ser humano al pecado, que entiende la fácil tendencia a la seducción del Demonio, que sabe lo difícil que es renunciar al pecado, pueda empatizar conmigo y ser el medio, para que Dios me perdone. Si confesáramos nuestras culpas a un ángel, que desde su creación, ha estado en gracia de Dios, no podría comprender mi flaqueza, mi reincidencia, mi falla constante. No podría entender que si peco, no es por falta de amor a Dios, no es porque prefiera al Demonio por encima de Dios. Hace falta, que un hombre, que entienda lo difícil que es renunciar al pecado, me asesore, me ayude, me tienda la mano, me inspire a luchar en contra de las acechanzas del Maligno, quien está ávido a que caiga definitivamente, y mi alma quede en sus manos.


Por eso, el Demonio ODIA a los confesores, incluso más que a los exorcistas. Porque el exorcista, lucha por medio de su oración, en contra de la posesión del Demonio a un cuerpo. Pero el confesor, por medio de su oración, de su consejo, de la absolución y bendición que imparte, RECUPERA EL ALMA EN FAVOR DE DIOS. Por eso, el Demonio lo odia y lo seduce de maneras más incisivas y peligrosas, y es por eso, que también, nuestro deber, es orar por las almas de nuestros sacerdotes. Pedirle a Dios que tenga más armas para luchar contra el Demonio, contra el pecado, contra sus seducciones y acechanzas; porque al ser más odiados por el Maligno, él se ensaña con ellos, los seduce de maneras que probablemente nosotros no experimentamos. Y con mayor razón, es necesario, encontrar un confesor con quien nos identifiquemos mejor, con quien nos sintamos escuchados, asesorados, instruídos, aconsejados.


Recordemos el sacramento más hermoso de todos: la EUCARISTÍA, (el amor bueno, la gracia buena, la común unión) que se nos ofrece GRATIS, diariamente, de manera cercana, cotidiana, constante. Y que la única condición, es estar aptos, preparados, limpios, conscientes, para recibirla. Y ésto, se consigue únicamente, con una buena confesión en donde tenga la intención de no repetir ese pecado, y si lo repito, aceptar mi condición débil, torpe, y pedir un consejo o una directriz para intentar no reincidir.

Esperamos de corazón, que así como se ve con amor y anhelo, el sacramento de la Eucaristía, también tengamos esa hambre, ese anhelo, ese deseo, de recibir con la mejor preparación, el sacramento de la reconciliación, del perdón, de la confesión, de curación. Está y existe, para que nos curemos, para que le pidamos perdón a Él, que nos ama y espera con ansias, que regresemos como el Hijo Pródigo. Que Dios nos dé la sabiduría, la humildad y la urgencia, para acercarnos a recibir este regalo que Él nos hizo, con este hermoso sacramento.


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